El «Cuchi» Leguizamón nació en la ciudad de Salta el 29 de septiembre de 1917 a las 11:05 de la mañana. Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo. Estuvo casado con Ema Palermo. Tuvo cuatro hijos varones: Juan Martín, José María, Delfín y Luis Gonzalo.
Cuando tenía 20 años le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho y se marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.
Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió abandonar. Según sus palabras: «Estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito (muchachito) pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paré y le pregunté qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó. Ya ves, ésa es la función social de la música».
En los años 1940, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría: «Padre, ya no hay nadie en la boletería».
Al Cuchi, muchas veces con letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas, chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura. Era un enamorado de la baguala («Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra») pero también de Johann Sebastian Bach, Gustav Mahler, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Arnold Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como «definitivo».
Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique «El Mono» Villegas, y a brasileños como Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius («Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil») y el jazzista estadounidense Ellington.
Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja. La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por «ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha». Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho (animalejo) raro. Después se entusiasmaron. Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.
En tiempos del presidente argentino Arturo Illia, Gustavo Leguizamón fue diputado provincial extrapartidario y en tiempos del gobernador de Salta Roberto Romero, asesor cultural de la provincia. Fue entonces cuando embistió con mayor fiereza contra una burocracia sorda que impedía importar pianos y protagonizó en la Legislatura debates memorables para propender al descongelamiento cerebral. Capaz de respetar a Churchill tanto cuanto despreciaba a Thatcher, Malvinas fue para él una herida abierta pero no ciega, porque supo adjudicar responsabilidades cuando se preguntó por qué fuimos y no peleamos.
Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que amó profundamente, desde los olores de sus yuyos (hierbas) secos hasta el aire que viene de la quebrada escondida por la cual Belgrano sorprendió a los españoles.
Es autor de zambas famosas que representan a la cultura musical de Salta. Además de haber compuesto obras populares fue un compositor que contribuyó con su talento y su expresión al acervo cultural salteño.
Sus obras son características por su armonía y ritmo por su riqueza melódica, su temática musical.
Escribió entre otras: Zamba del Carnaval, Zamba del Carnaval, Balderrama, La Pomeña, Zamba de Lozano, Maturana, La Arenosa, Si llega a ser tucumana, Zamba del Laurel, Zamba del Pañuelo, Zamba del Mar, Zamba del Panza Verde con Jaime Dávalos, Chacarera del Expediente, Carnavalito del Duende, Zamba del Argamonte con Manuel J. Castilla, Zamba para la Viuda con Miguel Ángel Pérez, Bajo el azote del Sol con Nella Castro.
Su musicalidad y asonancia fue única y componía algunas de sus obras a la medida de la interpretación del Dúo Salteño con quien mejor acuñó las disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías. Su simpatía y espontaneidad (ocurrencias) brotaban a borbotones en la cotidianeidad Salteña.
Ganó numerosos premios por su labor artística: Premio SADAIC, Premio Fondo Nacional de la Artes. Compuso una obra que Virtú Maragno la estrenara con la Orquesta Sinfónica de Santa Fe, es su «Preludio y Jadeo», compuso la música para la película «La Redada» – 1997 dirigida por Rolando Pardo) en la que además interpreta como actor a «Picaflor».
Falleció en Salta el 27 de Septiembre del 2000 a las 16:30 aproximadamente; dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años de edad.
Perfil
Fue un brillante pianista pero sobretodo, un compositor riguroso y autodidacta, de sólida formación, que innovó las formas musicales del folklore regional.
Simultáneamente salteño hasta la médula y universal sin proponérselo, el Cuchi es un genio singular e irrepetible.
Gran conversador e inventor de improvisadas y apasionantes historias dichas con suprema gracia y dionisíaca expresión.
Vivió intensamente, disfrutó de todos los ritos de la amistad y del sabio pulso de su ciudad.
Cultivó todas las virtudes vitales del provincialismo y fue un crítico amable y burlón de sus defectos.
Epicúreo, no por eso dejó de participar en la vida y dramas de su pueblo.
Devoró con unción todos los placeres de la cocina norteña y de sus propias invenciones gastronómicas.
Desmitificador, lúdicamente irrespetuoso de toda formalidad y de sí mismo, es sin embargo un perfecto caballero criollo, que prefería hablar mucho de la poesía y la música ajena y muy poco de la propia que, sabe, lo convierte quizá en el compositor más talentoso y profundo del noroeste argentino.
Algunas frases textuales del “Cuchi”
“A mí siempre me gustaron los curas del quinto mundo que son los que están más cerca del otro mundo”.
“Si existen cielo e infierno, al cielo irán todos los curas y los ricachones dadivosos, horrible, sin dudas el mejor lugar entonces sería el infierno y allí iría con todos mis amigos”.
«Hacer música no me alcanza para vivir pero me hace vivir. Mirá lo que son las cosas. Antes cuando era abogado vivía de la discordia y ahora de la alegría».
«… El opa sabe que hay que estar siempre serio, hablar poco. Ese es el secreto que le permitió a mucha gente llegar a gobernador sin que le conozcan el tono de voz. El opa no hablaba nunca, y cómo iban a saber si era inteligente o no. Eran vivísimos, y después tenían frases mesuradas, frases de ocasión.
«Los enemigos de la cultura popular quieren destruir nuestra identidad para tratarnos como pueblo de la guía telefónica».
Fuentes: redsalta.com, Cesar Alurralde
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